Los movimientos de River son tan previsibles que Boca necesitó una sola carta para bloquearlo y también agredirlo. Martínez fue el 7 de espadas de Bianchi. Primero, porque tapó las subidas de Vangioni y obligó al equipo de Ramón a volcar todos las intenciones de ataque sobre la derecha (con Mercado, Carbonero, Lanzini y Teo), porque Rojas, como es habitual, no se despegó de Ledesma, y la banda tampoco es el territorio más apto para un 9 como Andrada. Aunque el Burrito no se movió por su corral únicamente para impedir los desbordes y centros de Vangioni, quien la única vez que se desprendió metió el centro que Mora estrelló en el palo.
El ex Vélez no fue como el otro Burrito, Ortega, cuando Bielsa lo hizo correr a Roberto Carlos. El delantero de Boca también cumplió con su función ofensiva. Justamente a espaldas del zurdo ex Newell’s, Martínez encontró huecos para fabricar la jugada del gol de Gigliotti y para casi cerrar el superclásico en el inicio del segundo tiempo, cuando reventó el palo derecho de Barovero.
Cuando Ponzio empezó a trepar por la derecha, el Burrito se mudó varias veces de costado, para molestar a Leo y darle aire a sus volantes como descarga. Su aporte ya había sido suficiente, y satisfactorio, pero en los minutos finales hizo correr el reloj cuidando la pelota cerca de los corners, con la jerarquía de los grandes delanteros. Pese a que no la mete, el 7 fue clave en el triunfo más importante del equipo de Bianchi en el semestre. Un golazo.
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